Verdades cuánticas
La mentira no existe. No, al menos, la mentira, stricto sensu, como expresión o manifestación a lo que se sabe, se cree o se piensa. A lo sumo existe tal vez como autoengaño o surrealismo creativo.
Existe la contradicción humana, la polaridad de lo verdadero o el sectarismo que se tapa un ojo para ver.
Existe este mundo y otros tantos paralelos. Cada pensamiento, cada creencia existe en algún lugar para alguien. Esa cita que nunca tuvo lugar más que en nuestra mente de camino a ponerla como excusa. Esa otra ocasión en que quisimos con todas nuestras fuerzas ver en la báscula 3 kilos menos, palpando, con certeza incluso, el imaginario espacio vacío de la carnosidad cuántica en la cadera. Porque todo aquello vivido en la inmensidad del éter era tan real, se sentía tan real, que podía olerse, medirse y pesarse.
Existe un test cósmico en el que todas las respuestas son correctas, las tuyas, las mías y sus opuestas, donde la mentira como categoría es un pantano, las aguas movedizas del cognitivo común.
Existe esa niebla, ese humedal fantasmal desdibujado que nos recuerda esa figura etérea cuyos confines son unas pocas letras recogidas en la rae y sus academias homólogas, pero ¿Y si todo fuera cierto?