fanzine nº 14: morbo
Va pa’lante
Comenzar a cambiar el mundo como miel intuida sobre la cucharilla,
lo que no está, el brillo del mundo,
la posibilidad del mundo, el pañuelo bordado olvidado en la casa.
El oro olvidado.
Tú brillaste y yo y el que escribe el poema, y el poema porque todo
está dicho, todo es repetición de lo evidente, la canción
que humedece los labios de deseo.
Los viejos y la edad de la inocencia. El poema no debe
enseñar nada, sólo tu individualidad tan compartida,
el respeto al mundo y la inocencia
de un ego aún, el prestigio de la invasión y el mal,
porque el mal es bueno según sea la conquista de la piel.
El dolor que se acumula en las piedras del acueducto
el llanto de la música, las estaciones, lo que dejamos atrás
y vuelve en su minúscula eternidad.
Ahora la época de la lucha, de la tristeza, la lucha
esperanza en los márgenes de lo desesperado.
Entrar desde el pecado de la indiferencia
y viceversa.
Para la poesía penetrar lo imposible
no es nada.
Es la alegría, con su ciclón de tórtolas
su cauce seco que cosquillea el estómago, diríamos
ganas de orinar frente al cemento (a favor del viento)
el silencio de piedra, en los márgenes, sin nada que decir
ni demostrar. Otra vez el niño, que nunca se fue,
o tal vez siempre es.
Empezar un libro de poemas no es como empezar un gran amor
aunque más tarde se vea así, alguien lo imagine.
Interrumpir el dolor o el placer, ser discursivo, como lo son
las semillas de plantas exóticas, picante, turgente, ante.
Empezar un poema no es sexual aunque lo sea
(de algún modo impreciso: La tiranía del verso y de la carne)
empezar tiene algo salido, rijoso, diríamos
la posibilidad del comienzo
(la posibilidad de la inocencia) fingida o no, la inocencia
o el picor en el miembro cercenado hasta el instante último.
por Japonés de la tierra