arquitectura ciega
Era difícil comprender a simple vista aquel amasijo de formas. Nadie podía sospechar que tras «los nefastos acontecimientos» subsistiera algún interés civilizatorio, mucho menos para reinventar la arquitectura o configurarla según las condiciones de la nueva realidad. Pero tengo mis dudas al respecto… Ese paisaje era dominado por unos volúmenes que se superponían entre sí. Como recortes de un montaje disonante. Destacaban con cierta obviedad los rascacielos ciegos, carentes de ventanas; unos poliedros oblicuos que apuntaban al cielo pero de los cuales resultaba imposible sospechar alguna función. Había otro cuerpo que, extrañamente, conectaba con una de las torres principales por medio de gestos y contorsiones estructurales, propias de las épocas más prodigiosas del neoliberalismo. Esa caja metálica contrastaba con las texturas pétreas de los edificios mudos, ¿mudos o ciegos?, es igual: aquella arquitectura daba un aire a los monolitos totalitarios del siglo XX. Resultaba imposible no sospechar que dichas torres fuesen los contenedores malditos de algo que estaba por descubrirse, incluso peor de lo que ya habíamos presenciado, pero que todavía no era revelado. Paradójicamente, las únicas reminiscencias de ventanas aparecían en los bloques destruidos a los pies de la torre que hacía esquina con las dos carreteras principales. Los huecos en los edificios desahuciados simbolizaban la superación de ideas tan modernas como la apertura y la luz, anhelos simplemente inútiles para una atmósfera tan contaminada: otra herencia del cambio de época, supongo. Y aún así, se podía observar algún rastro de presencia humana en aquellos soldados que resguardaban celosamente el perímetro. Aquel complejo formaba una frontera pragmática, una conexión entre lo natural y lo artificial, entre el pasado y el futuro, entre la realidad y la ficción, entre el color y el monocromo, entre la verdad y la mentira, etc. A pesar de todo, en el desierto homogéneo que ahora es la Tierra, las montañas -y los escasos referentes naturales que todavía son visibles a la distancia- operan como un recordatorio de que la belleza, aunque escasa, no ha dejado de existir.